¿No os parece curioso que en el momento en que estás a punto de derrumbarte, y por necesidad o por rendición quizás, decides contárselo a alguien, nunca hay un alguien dispuesto a escucharte? Sorprendentemente, en esos instantes concretos que más necesitas un hombro para llorar, no hay hombro que aparezca en ningún sitio. Igual está de vacaciones, o durmiendo la siesta, pero no está.
Pensabas que a cualquier necesidad, por mínima que fuese, tendrías a alguien apoyándote, tranquilizándote. ¿Y con qué te encuentras en vez de eso? Desgraciadamente, tienes que entablar conversación con la pantalla de un ordenador. Un ordenador que falla, al que se le puede ir la conexión, que no comprende lo que le escribes. Y sí, llega un punto en el que te acabas sintiendo tonto, y si cabe, más desesperado todavía.
Acabaremos por atender amablemente a los operadores de las compañías telefónicas cuando nos llamen insistentemente con tal de, por unos minutos, sentir que puedes hablar con alguien al que puede que le importes, más o menos, la cantidad exacta de un granito de arena. Y esa será la primera vez en la historia en la que el primero en cortar la conexión telefónica, será el operador.